martes, 12 de mayo de 2020

"LA GLORIETA DEL SALÓN, NÚMERO VENTE"

"LA GLORIETA DEL SALÓN, NÚMERO VENTE"

Nunca me había llevado bien con mi hermana pequeña. Aún es una cría de 7 años. Como os podréis imaginar, de poco se entera. A esa edad, las niñas de hoy en día solamente piensan en llamar la atención, jugar con la tablet y encajar dentro de la clase. Horrible. Yo intento acercarme lo menos posible para que no me contagie su carácter infantiloide.
Susana no para de repetirme que tengo que querer a mi hermana. Ella es la irresponsable que nos ha tenido con dos padres diferentes. Uno peor que el otro. Parece que le gusta superarse.
Vivimos en un piso de 45 metros cuadrados en el que nunca estoy. Me he encargado de construir una familia fuera y siento que mi verdadera “casa” está donde ellos vayan.
La gente pregunta mucho. Le encanta meter el hocico en cualquier conflicto ajeno para olvidarse por un instante de la mierda de vidas que tienen.
“¿Y tú padre, Vicky? Nunca le he visto”.
“No serás una huerfanita, ¿verdad?”.
“¿No le has preguntado dónde está a tu madre?”.
“Lo que quieres es dar pena”.
“Joder, qué putada, ¿no?”.
“Sonríe, sé fuerte, tú puedes”.
“¿En serio que nunca has visto a tu padre? ¿Nunca, nunca?”.
“¿No le echas de menos?”.
La intensidad de la ostia que se llevan los preguntones depende de los porros que me haya fumado esa mañana, de la resaca y de cuánto me han tocado el coño durante el día.
Cuantos más años cumplo, menos escrúpulos, menos paciencia, más ostias.
Es obvio que no se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido.
Yo nunca he sido de preguntar y Susana nunca ha sido de responder. La distancia entre las personas no se mide en metros, se mide en verdades, en confianza y en hechos. Entiendo que si ella no ha sacado el tema en todo este tiempo es por algo.
“¿Pero en serio que no quieres saber nada de tu padre?”.
Aquel 13 de marzo tuve mi primera noticia sobre él: “Vicky, tu padre a muerto”.
La que murió en ese momento fui yo. Yo y todas mis corazas. La de “no me importa”. La de “no se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido”. La de “ese hombre no es mi padre”.
Empecé a marearme, a ver borroso… Sin decir palabra me encerré en mi habitación.
Llevo 28 días sin salir de mi habitación. Es increíble cómo la supuesta tragedia se vuelve comedia cuando parece que nada puede ir a peor: me encerré en mi habitación y dieron orden de quedarse en casa por una supuesta pandemia mundial...
Sentía un vacío enorme que intenté llenar con mariguana, el tequila que guardaba en mi habitación para ocasiones especiales, la melodía de mis canciones favoritas, los audios de mis colegas… Los primeros días los viví entre gritos de odio, puñetazos y paseos de un metro cuadrado. Solamente salía cuando ellas dormían para ir al baño y a la cocina. Fin.
Mi océano de lágrimas quedó desierto. Me quedé sin voz, cosa que alegró a los vecinos. Me quedé sin fuerzas. Quieta. Tirada en el suelo mirando hacia ninguna parte.
Recuerdo el ruido de los pasos de un ángel. Recuerdo la voz de una niña pequeña. Recuerdo cómo, de pronto, algo apareció por debajo de la puerta: una carta desde “la glorieta del salón, número vente”. Esa gilipollez solamente podía venir de la niñata. Abrí la carta y me mareé con la cantidad de colores, soles y corazones. En medio había una casa y, dentro, ella, Susana y yo. Encima del tejado: “Vicky, no sé qué estarás haciendo dentro de tu habitación tanto tiempo pero tu tata te echa de menos”.
Rompí el dibujo y lo devolví por donde había entrado.
Subestime la cabezonería de la cría de 7 años. Al día siguiente, a la misma hora, volvió a aparecer otra carta aún más colorida. Esta vez la casa se veía por dentro. Por un lado, estaba el salón y, por otro, mi habitación. Había diseñado una especie de laberinto que llegaba desde mi habitación hasta el salón: “Mamá dice que te has perdido en el laberinto, pero aquí te dejo las instrucciones para llegar a donde te estaremos esperando siempre, te queremos Vicky”.
Día tras día, recibía una sorpresa por debajo de la puerta. Día tras día, las rompía y devolvía por donde habían entrado. Se volvió costumbre. El ser humano tiene una capacidad de adaptación sin igual.
No supe valorar. Estaba demasiado cerrada en mí. Mi familia me estaba ofreciendo su alma en cada una de esas cartas y yo la fui desgarrando a trozos.
Y cuando rompes te das cuenta de lo frágil que era.
En la última carta no había soles, ni colores, ni corazones. Solamente una frase: “Mamá está enferma”.



Pedido de anónimo bajo el seudónimo "Vicky"

"1. Protagonista: Vicky.
2. Tiene una hermana pequeña a la que no aguanta porque es una cría de siete años.
3. Le informan de que su padre ha muerto.
4. Se encierra en su habitación durante mucho tiempo y justo es lo de la cuarentena.
5. El cuento acaba cuando su madre enferma.

Gracias. Gracias. Gracias. Gracias niña linda."






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