lunes, 25 de mayo de 2020

La casa "amar y ya"

La casa "amar y ya"

Un día ocurre una catástrofe. La pandemia se extiende y te prohíben salir de “casa”. ¿Y si no tienes “casa”, qué haces? Sales escopeteada de donde estás en busca de un hogar donde quedarte. Corres y corres y corres y corres hasta introducirte en un profundo bosque a las afueras de la ciudad… Te quedas quieta, respiras, te abrazas al calor de un viejo árbol y sigues. No puedes parar. Ya no. Miras hacia atrás y ves todo lo que quedará tendido en ese instante. Nada volverá a ser igual. Tú jamás volverás siendo la misma por ese sendero, en caso de poder volver… Te sientes pequeña y grande, sola y acompañada. Libre y encarcelada. Perdida y encontrada. Tus piernas continúan pisando tierra, ramas, hojas, naturaleza. Te sumerges en el frondoso enigma que te muestra el camino de la perdición y, es entonces cuando, a lo lejos, percibes una curiosa figura geométrica. Es tu única opción, no te lo piensas dos veces. Te acercas poco a poco, oscilando entre la ansia y la contención. Dudas, acechas y esperas. Gracias a madre luna, logras discernir varias ventanas con diferentes formas y tamaños, el humo de una antigua chimenea y el color amarillento de una puerta de madera. Una casa amarilla en medio de la nada o, mejor dicho, del todo.

Tienes frío, mucho frío y miedo. Estás frente a la puerta. No sabes si tocar. No son horas y… El sonido de un violín cada vez más cerca. Olor a palo santo. Te quedas petrificada, no sabes qué hacer. No sabes si el huir ha sido una mala idea, si has sido una inconsciente y te acabas de meter en la boca del lobo. La puerta se abre de par en par. Te inunda un mar de luces y colores que se transforman en un salón inmenso lleno de cuadros abstractos, espirales, serpientes y casas, muchas casas diminutas por todas partes, y frases ingeniosas y mapas y flores sin identificar y frascos con una infinidad de fragancias. Esparcidos por el espacio se pueden encontrar termos llenos de té con jengibre, cúrcuma, leche de soja y miel; pinturas, lápices y cuadernos repletos de ilustraciones; instrumentos musicales enteros y por partes junto a una caja de herramientas; sacos de dormir y almohadas; calentadores llenos de calcetines calentitos; cajas de música y libros de Borges, Bucay, Camus… Es imposible captar todos los detalles a través de un solo vistazo, un experto observador necesitaría una vida entera para enumerar todos los pequeños secretos que se esconden en cada rincón de la sala con suelo de goma. Es un caos armónico en el que te sientes a gusto, un caos en el que te sientes en “casa”.

Viajas al pasado y recuerdas lo que antes significaba “casa” para tí: era el lugar donde te sentías a salvo, donde podías ser realmente tú, donde te sentías querida.

- ¡Bienvenida a la casa amarilla!

Sales de tus pensamientos y te percatas de que hay un pequeño ser ante tí dándote la bienvenida… ¿La bienvenida? Pero si no sabe ni quien eres. Buscas las palabras adecuadas para explicar por qué has acabado en su salón y…

- Acabo de hacer té.

El hombrecillo se da la vuelta y deja la puerta abierta, dejándote entrar. Entras y cierras. Calidez. Paz. Te preguntas por qué seguirá preparando té si el salón está lleno de termos llenos de té…

- Me gusta tener té caliente.

Parece que te lee el pensamiento. Intentas controlar tus pensamientos. Intento fallido. Te sirve un té en una taza hecha a mano con el dibujo de una luna nueva sobre un bosque inmenso, la mirada de un lobo y una cerradura. Cada elemento de esa casa, incluyendo al dueño, es un misterio, una especie de acertijo… ¿Tendrá llave la cerradura?

- Aprendí a hacer tazas con Anraro, un pequeño gran amigo, un pieza pero buena gente… Hay quien piensa que se gana más dando pena que haciendo arte. Ja, ja, ja.

Es inevitable entrar en el juego de quien te propone el presente. Entras, sin querer, en la corriente atemporal. Dejas de esperar, solamente dejas que llegue.

Así fue como, de la noche a la mañana, empecé a vivir en la casa “amar y ya”.

*El cliente ha decidido compartir el cuento hasta aquí"


Pedido de Tomás Gimeno 


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