martes, 28 de abril de 2020

LA ISLA DEL TESORO

LA ISLA DEL TESORO

Siempre con prisa. Al borde del precipicio. Con el nivel de ansiedad por los cielos. Sin poder parar. Sin poder mirar. Sin poder ver. 
Vivo con mi abuela desde que falleció mi madre. Hoy hace cuatro años de aquello.
La vida cambió de la noche a la mañana. Es duro sentir que algo se desgarra dentro de tí. Ya no vuelves a ser la misma. Nunca. 
Por eso la velocidad. Por eso la prisa. Por eso el no querer parar. Porque si paro me duele. Grito. Una lágrima por cada grito. En menos de cinco minutos me ahogaría. Por eso sigo y sigo y sigo y sigo y joder, ¿a quién coño se le ocurre encerrarnos en casa?
A mi abuela se le cambió la cara nada más escuchar la noticia. Ella sabe. Sabe que ya no soy yo. Intenta buscarme. No se rinde. Aún sabiendo que es difícil sumergirse sin protección en mares de odio, se enfrenta a las olas de la furia, una por una. No se rinde. 
Eso me enfada aún más. Me enfada que no se rinda. Me jode cada vez que percibo el olor a esperanza a mi alrededor. Me entran arcadas y solo quiero vomitar. 
Eso también lo sabe. Ella lo sabe todo. 
Cuando alguien toma la decisión de ir en busca de un alma perdida pueden acontecer dos cosas: las olas acaban por ahogar su esperanza o logra llegar a la isla del tesoro y dar con la llave que abre el cofre…
Mi abuela tomó la decisión hace cuatro años y no existe ola capaz de apocar una fuerza tan persistente. El mayor de los odios solamente puede vencerse con el mayor de los amores. Y mi abuela tenía todo el amor del mundo para su nieta preferida, y única. 
No sé a quién coño se le ocurrió encerrarnos en casa. Lo que sí sé es que ese suceso fue determinante para llegar a la isla del tesoro. 
El parar fue un infierno. Sentía que me faltaba aire y me sobraba rabia. Mi abuela se lo comió todo. A cambio de gritos, faltas de respeto y humillaciones, tenía a diario los buenos días acompañados de un delicioso desayuno, una sonrisa en la mirada y una caricia asegurada.
La rabia y la ira absorben mucha energía y, con el paso de los días, el mar se va calmando. Es entonces cuando los desayunos, las sonrisas y las caricias se hacen visibles. Y es entonces cuando más duele. 
Es en ese instante cuando ves con nitidez todo el daño que estás provocando a tu alrededor. Te sientes cruel, inútil, absurda. Empiezas a fabricar más veneno para odiarte un poco más y te vuelves a encerrar con llave en tu celda, hasta que, un día, agachas la cabeza. De pronto, te haces consciente de que el dolor que te provocas se lo acabas causando al que tienes cerca y que la única manera de salir de esa prisión es perdonando, aceptando, renaciendo. 
Ella ha sabido dónde encontrar el tesoro, cuándo y cómo abrirlo. El tesoro soy yo y todo lo que hay dentro es para quien, desde el primer momento, ha creído en mí.


Pedido de Laura Jiménez 

"1. Una historia ambientada en nuestro tiempo, en estos momentos de crisis provocados por la pandemia del coronavirus.
2. Las protagonistas son una abuela y su nieta. 
3. Conflicto: la madre de la nieta se murió hace cuatro años.
4. Dificultad: la nieta no puede parar, sigue afectada por lo que pasó.
5. Final esperanzador"

Gracias de corazón, este tipo de iniciativas hacen que no pierda la esperanza, gracias y gracias y gracias Ilargi".

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